LOS MEDIOCRES Y LA REVOLUCION
En una sociedad en descomposición como la española,
los mediocres muestran lo peor de sí mismo: su mezquindad, sin el menor pudor. Instalados en
atalayas de poder ficticio, se aferran a su falsa valía, temerosos de que la presencia
de personas con aptitudes y actitudes reales, a los que vigilan de cerca, les
pueda hacer sombra y acabar con la farsa que representan.
Esto ocurre habitualmente con los puestos de mando
de los partidos políticos. Individuos que en su vida cotidiana y laboral, no
son capaces de sobresalir siquiera mínimamente, encuentran su hábitat natural
en las filas de estos entes artificiales en los que por la similitud con
compañeros de la misma catadura, pasan desapercibidos.
De esta epidemia nadie está a salvo. Al
mediocre le trae sin cuidado la ideología que su Partido dice
representar. No le intranquiliza las
cotas de poder que la formación pueda alcanzar. Él ante todo, quiere figurar.
Poseer una tarjeta de visita en la que aparezca el cargo que ostenta junto a su
nombre y apellidos y apartar lejos de su poltrona a todo aquel que considere un
peligroso rival para acceder la misma.
Dicho esto, se podría deducir que esta ave de rapiña
anida en los partidos mayoritarios: craso error. Ante lo apetitoso del bocado,
para alejar la pieza de intrusos no deseados, existe una junta general a imagen
y semejanza de las grandes multinacionales, que se agrupa en torno a la figura
del líder de la formación y no permite la presencia de los adosados molestos.
El pescado está vendido. A lo máximo que pueden aspirar es al puesto de hacer
fotocopias, o al archivo de documentos.
Pero el personaje no se da por vencido. Efectúa una
ronda presencial o informativa por todo el espectro político hasta encontrar la
horma de su zapato en algún partido minoritario, con precariedad de efectivos
humanos, tanto en militancia como en cuadros de mando.
El depredador efectúa una evaluación de la situación
y se lanza a la caza y captura del puesto aspirado. Se relaciona con todo aquel
que considere con poder para facilitar sus deseos. Tarde o temprano lo consigue
y como los perros marca su territorio, que defenderá con uñas y dientes del que
no lo separará nadie.
Alejados de las esferas del poder los
nacionalsindicalistas desearían que los españoles aceptasen como suya la
revolución ética y moral, creada para ofrecer un modelo de sociedad basado en
la libertad, la dignidad y la integridad. Causas externas e internas no lo han
permitido y la anhelada revolución permanece a la espera de que alguien la
saque del ostracismo. Por desgracia a lo largo de su existencia este movimiento
revolucionario ha padecido la presencia de algunos mediocres en sus filas, que
han ido creando pequeñas isletas sin otra aspiración que hacer la competencia,
no a los enemigos externos sino a sus propios camaradas, que a la vez han
contratacado con las mismas intenciones.
Quien no conoce a algún caso que responda a este
planteamiento. Si hacemos un somero repaso de nuestras organizaciones, nos
encontraremos con cargos vitalicios que dicen servir al ideal y en verdad, su
pretensión es satisfacer un ego personal mezcla de incompetencia y soberbia.
Paralelamente a estos, han desfilado por nuestras
filas personas de una valía personal fuera de toda duda, que utilizaron su paso
por las filas de la camisa azul, como una aventura juvenil de la que se han
olvidado al finalizar sus estudios y emprender una brillante carrera
profesional, acorde con su valía intelectual. Puedo asegurar, que cuando alguno
de estos antiguos falangistas aparece de forma brillante en algún medio de
comunicación, una sensación de rabia y envidia contenida recorre todo mi
cuerpo. ¿No os gustaría volver al
espíritu revolucionario de la juventud? España y la revolución os necesitan.
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